Ladrillos y mandiocas

09Ago09
Bareconómico (Fotografía: José Escobar)

Bareconómico (Fotografía: José Escobar)

Por José Escobar (josesko@yahoo.com)

¿Afecta la burbuja inmobiliaria española a un plantador de mandioca de Caaguazú, Paraguay? 

Pues sí. Por efecto dominó o cadena de sucesos, la crisis se globaliza, cruza el charco y llega para todos. Y alcanza  Latinoamérica en forma de remesas recortadas, menguadas, en caídas en picado en el cuarto trimestre de 2008, un 20,6 % menos respecto al mismo periodo de 2007, según datos del Banco de España.

Así, Melanio Páez, un pequeño agricultor paraguayo que normalmente recibía en promedio 200 euros al mes, se debe contentar ahora con cuarenta. Su hijo,  Antonio, proveedor de las remesas, es hoy un desempleado en Madrid que sobrevive con trabajos ocasionales en la construcción, situación que le impide la generosidad de antaño, cuando había trabajo fijo.

Malas noticias para economías frágiles y dependientes de estas periódicas inyecciones de dinero que, durante los últimos diez años, las han revitalizado gracias al continuo goteo de caudales que los emigrantes envían a sus países de origen. Envíos directos, sin contraprestaciones, en un formato que, técnicamente, se denomina “de regalo”.

Durante 2008, Latinoamérica recibió 69.200 millones de dólares en remesas enviadas principalmente desde Estados Unidos y Europa, pero en el cuarto trimestre de ese año – y coincidiendo en el agravamiento de la crisis, ya planetaria- se constató el citado declive que, hasta ahora, se mantiene fuera de proyecciones.

Tras una década de crecimiento sostenido, las remesas parecen llegar a un no va más, una realidad que se está volviendo especialmente crítica en América Central y Sudamérica en donde hay países en los que las remesas representan hasta el 20% del PIB.

En la República Dominicana, por ejemplo, el 38% por ciento de la población es receptora de remesas; en El Salvador lo es el 28% y en Ecuador más de dos millones de personas reciben, casi mensualmente, dinero producido en el exterior.

Durante 2008, el país de Sudamérica que más dinero en forma de remesas recibió fue México, con 25.145 millones de dólares, seguido de Brasil (7.200 millones) y Colombia (4.842 millones).

En Paraguay, el año pasado las remesas fueron de 550 millones de dólares, ocho veces el total de la Inversión Extranjera Directa (IED) y el ingreso de turismo. Las remesas en este país fueron casi equivalentes a las exportaciones de soja, el producto agrícola más importante en términos de macroeconomía.

¿Y en términos micro?

Más allá de las cifras macro, los que primero acusan el golpe de crisis generalizadas son individuos corrientes, con historias que no trascienden, que sólo suman en términos estadísticos, cifrados en múltiples ceros.

El descalabro financiero de los países industrializados afecta a rubros que tradicionalmente emplean a mayor cantidad de inmigrantes, como la construcción, la manufactura y la hostelería.

Así, el principal trasvase de recursos desde los países ricos a los pobres se va obturando, el  grifo se va cerrando y el dinero ya no llega como antes.

Que lo diga Melanio.

Su hijo Antonio, que vive hoy en un piso compartido con otros tres sudamericanos en Cuatro Caminos, representa el paradigma del “remesador” y, su padre, el del receptor.

Según datos del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), 370 mil hogares paraguayos se benefician mensualmente con remesas: el 10 por ciento de la población adulta lo recibe en forma regular, a un promedio de once veces al año. El monto medio es de 300 euros al mes.

Dejando de lado el costo social agravado por el desarraigo, la fractura de la estructura familiar y la expulsión de fuerza de trabajo calificada, las remesas representan, hasta ahora, un gran motor migratorio. Según datos del BID, más del 80 por ciento de los receptores hablan de un compromiso tácito de recibir dinero ya antes de que sus familiares partan.

Pero a tenor de los últimos datos puede que las cosas cambien.

Melanio ya no destinará el 20 por ciento de las remesas en ahorros, sino en gastos de supervivencia.

Le resultará, cuando menos, acuciante conjugar ladrillos primermundistas con mandiocas.



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